De Denise Despeyroux.
Con: Fernanda Orazi.
Dirección: Denise Despeyroux.
Madrid.
Teatro Fernán
Gómez.
A veces,
detrás de las producciones teatrales más modestas se esconden los proyectos
artísticos más ambiciosos. Y es que el arte, también el arte dramático,
discurre por sus propios derroteros, es una empresa cuyo balance se calcula
sobre todo en capital humano, en una mezcla de talento, esfuerzo, ingenio y
dedicación. De todos esos elementos participa el montaje que comentamos.
Perseverancia y aceptación del riesgo que supone empeñarse en una producción
teatral en estos tiempos de crisis tan profunda; ingenio para articular una
puesta en escena en la que una sola actriz se desdoble literalmente en los dos
personajes que interpreta y que dialogan entre sí en tiempo real; hondura de un
texto que indaga en los caladeros más profundos de la psique femenina y, last
but not least, derroche de talento interpretativo.
Todo el
montaje es, ¿cómo decirlo?, un regalo para el intelecto y para la sensibilidad
del espectador. No se me ocurre mejor manera de expresar esa experiencia
intensa y placentera a la que somos invitados a participar los espectadores
apenas apagadas las luces de la sala. Y ello es porque, quizá, en el fondo todo
acto de creación es también y ante todo un hermoso acto de entrega y de
generosidad de quien no espera nada a cambio o de quien, en todo caso, se
siente pagado con alguna sincera muestra de agradecimiento. Quizá, también, por
lo coqueto del envoltorio; me refiero, obviamente a la sobriedad de la puesta
en escena, ayuna de cualquier elemento espurio que desvirtúe el espacio de
intimidad instaurado por el texto mismo. Un texto luminoso y con un encomiable
sentido del humor que, desde su despreocupada y hasta banal inscripción en lo
cotidiano -dos hermanas que intercambian confidencias a través de una
videoconferencia-, nos sumerge en las inhóspitas profundidades de la
conciencia, allí donde habitan el amor, la esperanza y la compasión, pero
también el dolor, la frustración o el sentimiento de culpa. Un texto que sin
ocultar sus referentes literarios, de los que hace una lectura escrupulosamente
respetuosa, manifiesta una incuestionable originalidad.
A las dos
hermanas, Luz y Andrómeda, da vida una espléndida Fernanda Orazi en estado de
gracia bajo la atenta mirada de Denise Despeyroux, que además de autora de la
obra dirige el montaje. Un trabajo complejo por partida doble. Por una parte
por la extrema concentración que requiere el sincronizar los tempos de dos
discursos paralelos, el de Andrómeda en directo y el de Luz en “diferido”, con
todo el régimen de silencios, de pausas, de escucha activa que ello requiere.
Pero es que además, cada uno de dichos personajes tiene auténtica vida propia,
autonomía; todo un arsenal de poses, ademanes, miradas, inflexiones de voz, ...
se moviliza para hacer aflorar el rico mundo interior de dos personalidades
antagónicas, como la luz y la oscuridad, como el día y la noche (del enigma de
la esfinge de Tebas); una Andrómeda impulsiva, rebelde, insegura, vehemente y
lacerada por el remordimiento frente a su hermana Luz, una mujer compasiva,
lúcida, paciente, que ha alcanzado la paz interior y la aceptación gustosa de
su destino. Tan lejos, tan cerca; en cuerpo y en espíritu, ambas, seguramente
podrían hallar consolación, además de en las cartas sin respuesta, como las que
dio en escribir Antonin Artaud desde su enclaustramiento forzoso en Rodez, o en
los pasajes de Mujercitas que leyeron de niñas, en estos sabios versos
de William Blake de su libro “Auguries of inocence”: Alegría y dolor tejen
un manto único / para el alma imortal.
Gordon Craig.
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