Odio a Hamlet, de Paul Rudnick.
La larga cena de Navidad, de Thornton
Wilder.
Madrid. Teatros del
Canal.
Quizá sean los Teatros del Canal los que ofrecen una
programación más abierta y ecléctica en el ámbito de cartelera madrileña.
Teatro, danza, zarzuela, circo; obras de repertorio y trabajos experimentales,
de pequeño y de gran formato; teatro de texto o espectáculos de danza-teatro
..., todo parece tener cabida en las dos salas que alberga el imponente
edificio de la calle Cea Bermúdez para ir al encuentro un público cada vez más
variopinto y exigente.
Fruto de esta política de programación
abierta a las más variadas propuestas que está llevando a cabo Albert Boadella,
su director, desembarcan en la “Sala Verde” para su exhibición durante los días
de Navidad dos espléndidos espectáculos producidos por el teatro de la Guindalera.
Se trata de la divertidísima Odio a Hamlet, de Paul Rudnick y de
la emotiva La larga cena de Navidad, de Thornton
Wilder, que podrán verse desde el
20 de diciembre hasta el 6 de enero, por separado o conjuntamente en una
“sesión doble” que nos recuerda las viejas fórmulas de exhibición de los
antiguos cines de barrio.
Odio a Hamlet es una pieza de comicidad desbordante con una trama
ingeniosa plagada de situaciones insólitas que fructifican en escenas
cuidadosamente planteadas y resueltas con extraordinaria maestría bajo la
batuta de Juan Pastor. Pero más allá de la diversión, -garantizada-, la obra
ofrece una incisiva reflexión sobre la condición del actor y sobre la del
teatro mismo, enfrentados uno y otro al furibundo embate de la Televisión y del
cada vez más clamoroso adocenamiento de las audiencias. El primero sumido en la
duda hamletiana de tener que elegir entre el bien remunerado trabajo ante las
cámaras pero en programas de ínfima calidad estética, y un teatro de calidad
con un trabajo absorbente y de mayor exigencia artística. A través de Andrew y
su pugna con el espectro de Barrymore (un viejo actor que otrora diera vida al
famoso personaje shakespeariano), es la naturaleza misma del teatro la que se
pone en cuestión: ¿Es acaso el teatro en la era de la comunicación audiovisual una suerte
de enfermedad del espíritu, una flaqueza pasajera?
Y puesto que se aproximan las fiestas navideñas, nada podría ser más apropiado para reflexionar sobre esa cena del día 24 de diciembre, ceremonia a veces alegre, otras veces tediosa o nostálgica en la que casi todos nosotros participamos, que la segunda de las obras que nos ofrece el elenco habitual, casi al completo, del teatro de la Guindalera: La larga cena de Navidad. Aquí, los protagonistas, miembros de tres generaciones distintas de una familia acomodada, se van a reunir por espacio de una hora en torno de una mesa ... Y a través de fugaces momentos de sus vidas, como imágenes espectrales proyectadas con una cámara rápida, vamos a verlos nacer, crecer, envejecer e irse, abandonar el comedor familiar dejando su sitio en la mesa engalanada a los recién llegados en una especie de extraño y macabro protocolo que anticipa las funestas consecuencias de ese cambio de asiento hasta que, convertidos en ángeles alados, vuelvan a reunirse para regalarnos los oídos con una canción de navidad.
Una ocasión única para ver reunidos
sobre el escenario a los actores y actrices que en algún momento de su carrera
han participado este proyecto ilusionante que ha sido durante estos últimos
diez años Guindalera Escena Abierta, comandados por Juan Pastor y Teresa
Valentín, y que no me resisto a citar: Alex Tormo, Raúl Fernández, María Pastor
Elia Muñoz, Victoria dal Vera, Carmen Sánchez, Rafael Navarro, Joseph Albert,
Cristina Palomo, Ana Alonso, Ana Miranda, Felipe Andrés y Andrés Rus. Un
espléndido regalo navideño, lejos de los lujosos envoltorios de regalos
extravagantes, de las cenas pantagruélicas y de los trajes de lentejuelas. Una
oportunidad para reflexionar, para sonreír, para disfrutar, en suma, con el
juego del teatro.
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