De Martín Crimp.
Con: Gabriela Flores, Francesc Garrido, Albert Pérez, María Rodríguez, Martí Salvat y Diana Torné.
Dirección: Carme Portaceli.
Madrid. Teatro Valle-Inclán.
El lenguaje es extremadamente ambiguo. Eso lo saben bien los
escritores, sobre todo los poetas, que cultivan sobremanera la alusión,
la sugerencia y esa radical ambigüedad del signo lingüístico que permite
interpretaciones distintas de las mismas palabras. Y lo saben también
los publicistas y los analistas de las empresas que hacen estudios de
mercado, los nuevos arúspices que tratan de descubrir los deseos más
recónditos de los consumidores no ya escudriñando como antaño las
vísceras de los animales sino a través del minucioso escrutinio de las
respuestas y reacciones de dichos consumidores en las encuestas de
opinión.
Colin Parker, el protagonista de la pieza que comentamos, es un
analista altamente cualificado de una de estas empresas de opinión que
conoce a Elisabeth precisamente durante una entrevista en profundidad a
la que la somete en relación con sus hábitos de consumo alimentario.
Pronto nos damos cuenta, a juzgar por el cariz intimidatorio que toma
esta entrevista y por la evolución posterior de los acontecimientos, que
el objetivo del autor va más allá de una mera sátira al consumismo, o
de planteamientos típicos de un conflicto de pareja, para inscribirse en
una reflexión de fondo sobre la mentira y sobre la manipulación
ejercida justamente por medio del lenguaje, por esa posibilidad que
ofrecen las palabras de expresar lo que no dicen, o lo contrario de lo
que dicen, o de ser usadas como pantalla para ocultar lo que no queremos
decir o lo que no deseamos que se sepa de nosotros. Y es que
“comunicarse -como dice Pinter- es muy alarmante; descubrir a los otros
nuestra miserias y nuestra desnudez es una posibilidad temible”.
Se trata de un texto ágil no exento de humor y de ironía, de diálogos
ingeniosos pero de escaso recorrido y de baja intensidad dramática,
diluida en breves episodios no del todo conexos de los que entran y
salen los personajes sin pena ni gloria. De hecho la obra empieza con
una atropellada entrevista en plena calle (entrevista casi “robada” por
la agresividad y pericia de la entrevistadora a una ama de casa en una
situación anímica particularmente crítica) y termina en el salón de la
casa familiar de Elisabeth (la entrevistada) convertida a esta nueva
religión de escrutadora de almas sin que sepamos bien el objeto, las
razones, las consecuencias ni el sentido último de dicha transformación.
A no ser que sea precisamente esa carencia de sentido lo que quiera
recalcar el autor: el vacío, la desorientación, la prisa, la
incomunicación, en suma, de unos seres que, paradójicamente, habitan un
mundo modelado por las comunicaciones y lo audiovisual.
Elisabeth (Gabriela Flores) vendría a ser el paradigma de ese
ciudadano corriente, anónimo, con el que nos cruzamos a diario en un
paso de cebra cuando vamos a trabajar. Vulnerable, insegura y celosa de
su intimidad, termina cediendo a los cantos de sirena del éxito y del
reconocimiento social que promete, falazmente, sacarla de su soledad.
Respecto Colin, sus ocasionales accesos de “pánico existencial” lo
emparentan con algunos personajes pinterianos. Asimismo, en muchas de
sus actitudes no podemos dejar de observar la sensación de vacío e
impotencia de Willy Loman, de La muerte de un viajante; cierto
que este Colin desaprensivo y sin escrúpulos que modula con gran pericia
Francesc Garrido nunca llega a ese grado de frustración de Willy al
final de su carrera, la patética imagen de un hombre acabado que
masculla su rabia y su indignidad; llama la atención, por el contrario,
el desenfado con el que está tratado ese vacío existencial, que se
traduce en unas inocuas reflexiones a lo largo de una ocasional
conversación con otro parroquiano noctámbulo en la barra de un “night
club”, reflexión llena de vaguedades y lugares comunes que no lleva a
ninguna parte, y que sin embargo posee un extraño realismo.
Con menos de media entrada, este espectáculo, que se salva por la
solvencia actoral y por un acertado planteamiento escénico-escenográfico
y de dirección, no hace sino confirmar la incertidumbre con la que
arranca esta temporada de recortes y de subida escandalosa del IVA del
teatro.
Gordon Craig.
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