Adaptación de Rosa
Valentina Sáez y Ana Lucía Pardo de El sueño de una noche de verano, de William
Shakespeare.
Con: Rosa Valentina Sáez, Ana Lucía Pardo , Jorge Gregorio y Pepe India.
Producciones Al alimón. Dirección Ana Lucía Pardo.
Guadalajara. Salón de Actos del I.E.S.
“Luis de Lucena”. 23 de abril de 2012.
Esta versión de El sueño de una
noche de verano es la tercera incursión de la productora Al alimón,
antes Titania, en el universo shakespeariano (Romeo y Julieta, o cuando es
que no es que no, en 2004 y Jamlet (con jota) en 2009). Se trata de
una adaptación también dirigida a un público infantil y concebida en clave de
clown, una estética, por cierto, que se aviene bien con el carácter festivo y
desenfadado de la pieza.
Pese a su desbordante fantasía y a
la extrema complejidad de su estructura (¿o será quizá por eso?) esta obra
parece ejercer una suerte de fascinación o de atracción fatal sobre compañías
de todo tipo y condición, que una y otra vez abordan su montaje. En este caso
pudiera pensarse casi en el “más difícil todavía” circense, y es que, tan sólo
cuatro actores se las ingenian para dar vida a toda la pléyade de cortesanos,
menestrales, gnomos, hadas y demás personajes fantásticos que pueblan el
abigarrado universo de esta regocijante comedia, salvaguardando lo esencial de
su alambicada trama aunque dejándose por el camino, obviamente, las sutilezas
de un lenguaje que ya había alcanzado en Shakespeare un extraordinario grado de
madurez artística. Claro que ¿cómo conectar, si no, con un alumnado de
Secundaria varado en la jerga infame de las series televisivas de sobremesa, en
las pedestres letras de las canciones de los grupos de moda o en la paupérrima
sintaxis de los twitts o de los SMS’s?
Es el tono lúdico de la obra y, en
parte también, su dimensión metateatral, los aspectos que las autoras de la
versión han potenciado, aunque abusando un tanto -a mi modesto entender-, del
los procedimientos paródicos en el tratamiento de los personajes, en detrimento
de una visión de conjunto quizá menos desmitificadora pero de mayor calado
poético. En particular, se lleva al extremo ese carácter, digamos, irreverente
de la puesta en escena por lo que refiere a la composición de la troupe
de cómicos ocasionales elegidos por el intendente del duque Teseo para animar
la velada con la que culminan los festejos de sus esponsales con Hipólita. El
lugar del grupo de rústicos menestrales de la obra original lo ocupan un trío
de monjas descocadas y jacarandosas que alucinan con la idea de abandonar
temporalmente el convento para representar ante la concurrencia la desgraciada
historia de los amantes Píramo y Tisbe. Lo que hacen, por cierto, con muy buen
arte, en una escena que provocó la hilaridad del patio de butacas que estalló
en sonoras y continuas carcajadas.
Pero no deja de haber otros momentos hilarantes a lo
largo del desarrollo de la obra fruto de los malentendidos y de la confusión
generada por el atolondramiento de Puck al interpretar equivocadamente las
órdenes de Oberón y trocar los sentimientos de Demetrio con respecto a Hermia y
a Elena y los de Titania con respecto a Bottom. Quizá una de las escenas más
conseguidas es aquella en la que medio enderezado el entuerto, Elena,
creyéndose burlada huye de ambos pretendientes, Demetrio y Lisandro, mientras
Hermia languidece entre el asombro y la estupefacción.
Estamos ante un formidable
ejercicio de transformismo; un montaje ingenioso, divertido, lleno de
sorpresas, de invenciones, de humor y de guiños a los referentes más inmediatos
del auditorio, cuya atención consiguió mantener durante casi una hora y media,
toda una heroicidad si tomamos en cuenta la composición de dicho auditorio, tan
heteróclito como poco habituado al teatro.
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