<< […] El comisario estaba ya encargando su cena al camarero de un pequeño restaurante italiano a la vuelta de la esquina: una de esas trampas para hambrientos, larga y estrecha, aparejada con el cebo de una perspectiva de espejos y mantelería blanca; sin aire, pero con una atmósfera propia; una atmósfera de cocina fraudulenta burlándose de una humanidad menesterosa en la más ineludible de sus miserables necesidades. […] >>
Joseph Conrad, “
El agente secreto”.
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