viernes, junio 10, 2011

TEATRO. Baile de máscaras. "Deslumbrante, arrebatadora".


De: Mikhail Lermontov.
Con: Evgeny Kniazev, Maria Volkova, Leonid Bitchevin, Lidia Velezheva, Aleksey Zavialov, Mikhail Vaskov, Yuri Shilikov, Víctor Dobronravov y otros.
State Academic Vakhtangov Theatre.
Dirección: Rimas Tuminas.
Escenografía: Adomas Yatsovskis.
XXVIII Festival de otoño en primavera.
Madrid. Teatros del Canal


Ignoro cuando adquirió carta de naturaleza el uso de la expresión coloquial “hacer teatro” con el sentido de simular, fingir o aparentar lo que no se es, aunque me temo que hace ya demasiado tiempo y que tal uso está demasiado consolidado para volver atrás. Digo esto porque tal asociación se me ha revelado súbitamente como algo dolorosamente injusto tras presenciar este espectáculo deslumbrante del State Academic Vakhtangov Theatre. ¡Hay tanta pureza y tanta teatralidad genuina en este montaje! Resultan tan transparentes los personajes, y la escenografía es de una belleza plástica tan arrebatadora, que no puedo imaginarme que nada de eso pueda asociarse con el engaño o con la mentira, aunque, paradójicamente, y cualquiera que haya visto el montaje puede corroborarlo, estemos ante una poética diametralmente opuesta al verismo naturalista.

En la tradición de los grandes directores de escena centroeuropeos de principios del siglo XX inaugurada por Appia o Craig, el lituano Rimas Tuminas interpreta el espacio escénico en clave simbólica, sintetizando en pocas pero poderosas metáforas -como la de la bola de nieve que crece y crece a la par de los celos que atormentan a Arbenin-, el universo emocional de unos personajes de inequívoca filiación romántica zarandeados por el destino y víctimas de sus pasiones y de una fatal concatenación de causas y efectos desatada precisamente por el intento de satisfacer sus apetitos o sus caprichos.

Pero aun siendo espléndida la puesta en escena en la que Tuminas despliega toda su potente imaginación creadora creemos que el mérito mayor del dirección está en el peculiar desplazamiento temporal de los sucesos y en la milimétrica dosificación de los clímax. En esta reescritura escénica del texto de Lermontov resultan cruciales la figura del criado de Arbenin (interpretado como “Winter Man”) y las breves escenas cómicas asociadas a su presencia y/o a las fantasmales apariciones del coro. Esa suerte de interludios burlescos, de un humor sencillo, casi ingenuo, ayudan a dosificar la tensión, salvaguardan la reserva de atención del espectador para que pueda dispensársela a los momentos álgidos del desarrollo de la acción, a la vez que subrayan irónicamente esa condición azarosa del devenir de los acontecimientos o preludian su fatal desenlace.

El trabajo de actuación es sencillamente portentoso. Hay en la construcción de los personajes un aporte de recursos expresivos -más allá de la mera gestualidad del rostro- a la que no estamos acostumbrados; sin excluir una adecuada dosis de psicologismo lo que predomina sobre todo es una racionalización del movimiento y de la expresividad corporal que nos retrotrae a Meyerhold y a su escuela, una depurada técnica de actuación que en manos de actores de probado talento como Evgeny Kniazev (Arbenín), Maria Volkova (Nina), Leonid Bitchevin (el PrincipeZvezdich), Lidia Velezheva (la Barones Schtral), y tantos otros, puede obrar auténticos prodigios y seducir al espectador más exigente.

Gordon Craig.

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