martes, enero 03, 2017

TEATRO. Dreamsdances de Lindsay Kemp.

Lindsay Kemp Company.
Director : Lindsay Kemp.
Intérpretes : Lindsay Kemp, Nuria Moreno, Marco Berriel, François Testory y Fernando Solano.
Iluminación :John Spradbery.
Teatro Albéniz, Madrid. Año 1999.






Cuando la temporada teatral va camino de su culminación la cartelera madrileña mantiene todavía buen pulso y se renueva sin cesar con espectáculos de gran pujanza. Es el caso del Teatro Albéniz, que ofrece -sólo por unos días-, Dreamdances, montaje recopilatorio de una buena parte de los momentos álgidos de la dilatada carrera teatral de la Lindsay Kemp Company, un grupo de culto para muchos aficionados y que no se prodiga en nuestros escenarios.

Tras sus grandes producciones como Salomé, Sueño de una noche de verano, Nijinsky, Isadora Duncan, o Flowers (que vimos en España a finales de los setenta), con las que ha obtenido reconocimiento internacional, Lindsay Kemp nos devuelve con este montaje a la esencia de su concepción del arte teatral, a un teatro que se nutre de la música, de la danza, del mimo, de la luz y del color ; que sin ser ninguna de estas cosas en particular lo es todas a la vez y las supera en una síntesis creativa de sorprendente originalidad

Menos contundente y provocador que la mayoría de sus espectáculos anteriores Dreamdances nos retrotrae al mundo del sueño y de la fantasía, al de los símbolos primordiales de nuestra imaginación y de nuestra memoria, al lugar donde se funden los recuerdos individuales de pasadas experiencias vitales o artísticas (la danza, la música, la literatura, ...) con el imaginario colectivo. Porque el arte de Lindsay Kemp es por encima de todo el arte de la sugerencia y se sustenta sobre el tremendo potencial evocador de sus imágenes ; imágenes sin palabras, de una belleza plástica etérea e inmarcesible aunque no por ello menos perturbadora.

La obra se estructura como una sucesión de cuadros combinados de manera un tanto azarosa, como los torbellinos de recuerdos que se agolpan desordenadamente en nuestra mente en las noches de insomnio, formando un retablo mágico cuya coherencia y sentido de unidad se mantienen, no obstante, merced a la permanencia de unos motivos constantes : soledad, decadencia, muerte, locura, frustración ; el lado oscuro de la vida y del arte, en definitiva ; y gracias, también, a la atmósfera de irrealidad y de pesadilla que destilan el vestuario, el maquillaje y unos mínimos elementos escenográficos sometidos a la violencia sugeridora de la luz.

Todos los “movimientos” de esta sinfonía de luz y de sombras son igualmente inspirados y muestra el mismo grado de perfección formal pero algunos nos conmueven con mayor virulencia ; por ejemplo el Réquiem para Antonio Saliery que nos muestra la desesperación de este músico, ya anciano, carcomido por la envidia que no puede, empero, sustraerse a la atracción arrebatadora de la música de Mozart ; o la intensa pena que transmite la imagen rota y desolada de una bailarina coja (Nuria Moreno) tratando de interpretar El Cisne de Camile de Saint-Saëns ; o la evocación del manicomio donde el bailarín ruso Vaslav Nijisky pasó los últimos años de su vida, acosado por el recuerdo de sus éxitos pasados y por el tormento de su locura, en un escenario fantasmagórico que a ratos nos recordaba la imagen de aquellas bolitas de cristal que nos regalaban cuando niños con un paisaje nevado en su interior, que al agitarse, ponían en movimiento una infinitud de diminutas partículas.

Un espectáculo, en fin, que aunque despojado de la palabra -o quizá por eso-, constituye un verdadero disfrute para los sentidos. Así los supo reconocer el público que al final de la representación aplaudió con un inusitado entusiasmo.

Gordon Craig.

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