lunes, noviembre 21, 2016

TEATRO. Estaciones de Isadora. “Entre la fascinación y el asombro”.

De Hugo Pérez de la Pica.
Intérprete: Beatriz Argüello.
Piano: Mikhail Studyonov.
Coreografía: Helena Berrozpe.
Dirección: Beatriz Argüello y Hugo Pérez de la Pica.
Madrid. Teatro Español, sala Margarita Xirgu. 17 de noviembre de 2016.


Estaciones de Isadora es un inspirado bosquejo personal y artístico de la inconformista, rebelde y extravagante bailarina estadounidense (San Francisco, 1678 – Niza 1927) afincada en Europa Isadora Duncan, que, junto a Loie Fuller o Eleanora Duse, revolucionó el mundo de la danza. Inspirados en su autobiografía, en sus escritos teóricos y en los escasos testimonios que quedan de sus actuaciones Hugo Pérez de la Pica y Beatriz Argüello nos regalan una luminosa evocación -con parada en las “estaciones” más dramáticas de su particular “Vía Crucis”-, de la vida de una mujer excepcional arrebatada por dos pasiones igualmente intensas y vehementes: el amor y el baile. El amor a la vida, a sus hijos, a sus amantes; un amor sin trabas sin cortapisas, sin sujeción a las convenciones de su época. Y la danza, entendida como búsqueda del manantial de la expresión espiritual para encauzarlo en los canales del cuerpo; de un cuerpo que, para decirlo con sus propias palabras, quiere ser “transparente para convertirse en fiel intérprete del alma y del espíritu.”

En un cruce constante entre vida y arte, la obra se articula en cuadros que aluden alternativamente a una y otro dando cuenta de esa lucha constante, titánica a veces, por conjugar ambos -que ella concibe como inseparables- en un único proyecto de desarrollo personal y artístico. Y es que para ella no hay verdadero arte fuera de la vida, ni vida plena al margen de la elevación espiritual y de las satisfacciones que proporciona la dedicación absoluta a la forma particular de su arte: el movimiento liberado de los corsés impuestos por la tradición de la danza dramática. Desde este punto de vista cabe destacar el valor simbólico de la escena liminar, una bellísima estampa de Beatriz Argüello interpretando la muerte del cisne (del ballet El lago de los cisnes, de Tchaikosky) seguida de un meticuloso ceremonial en el que la bailarina se desprende uno a uno de todos los “atributos” de la danza clásica, el tutú, las zapatillas de ballet, el corpiño que aprisiona el cuerpo de la bailarina y hasta el maquillaje y las pestañas postizas, dejando el cuerpo de la actriz apenas cubierto por una clámide, al modo de los grabados de las vasijas griegas que ella tanto amaba, y por una vaporosa túnica de lino que la acompañaría siempre en sus actuaciones como un signo de identidad. El cuerpo en libertad listo para entregarse con fruición a explorar todas las dimensiones del espacio.

El mundo griego, que, como queda dicho, adoraba y que fue para ella fuente perenne de inspiración, la danza misma como instrumento liberador, o algunos episodios de su vida privada, como el alumbramiento de sus hijos y el duelo tras la prematura y fatal muerte de los mismos, (dos cuadros por cierto de una belleza arrebatadora y trágica) constituyen el hilo conductor de una delicada trama, tejida combinando los ingredientes que enumeraría Gordon Craig en su conceptualización del teatro: palabra, luz, ritmo, movimiento y música. Magistral amalgama del acendrado lirismo del verbo de Hugo Pérez de la Pica, del sonido en directo del piano de Mikhail Studyonov y de la voz desgarrada y poderosa y del fluido y dúctil cuerpo en movimiento de una sorprendente Beatriz Argüello, la griega efímera de las vasijas, a ratos Sibila, a ratos Eco, Furia o Vestal.

Uno sale de este espectáculo singular, hermoso, exquisito embargado por un sentimiento que bascula entre la fascinación y el asombro. Con la sensación de haber participado en una intensa y enriquecedora experiencia estética cuyo único defecto o mácula, pequeñita, es precisamente su brevedad y un final que nos coge por así decirlo desprevenidos, embriagados por los efectos de una adición más poderosa que la de cualquier sustancia estupefaciente: la experiencia del Arte en estado puro.

Gordon Craig.

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