jueves, enero 28, 2016

TEATRO. Una hora con Stefan Zweig. "A land of sorrows and of tears ...” William Blake.

De Antonio Tabares.
Con: Roberto Quintana, Celia Vioque y Gregor Acuña-Pohl.
Espacio escénico: Max Glaenzel.
Dirección: Sergi Belbel.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias

Parece que el tema del suicidio ejerce una extraña fascinación sobre Antonio Tabares  (Santa Cruz de la Palma, 1973). En La punta del iceberg, estrenada en al teatro de la Abadía en marzo de 2014 dramatizaba el proceso de investigación interna sobre tres casos recientes de suicidio de trabajadores de una empresa multinacional. Obra de ficción, se inspiraba, al parecer, en el caso real del suicidio de tres trabajadores de Renault en Francia. Ahora, cambiando totalmente de registro, se centra en el suicidio en Petrópolis, Brasil, del novelista judío austriaco Stefan Zweig, al parecer, hastiado de la vida y frustrado ante lo que consideraba el fracaso de la cultura europea -de “mi patria espiritual”, escribirá en la nota de suicidio- que supusieron la barbarie y los estragos de la guerra, una cultura a cuya divulgación tantos esfuerzos había consagrado en forma de conferencias, ensayos y biografías de personajes egregios.
Denota la obra de este joven dramaturgo canario un profundo conocimiento de la vida y de los escritos de Zweig, a los que rinde homenaje ya desde el título, en el que se reconoce el de una de las novelas más celebradas del escritor austriaco: Veinticuatro horas de la vida de una mujer. En su planteamiento asume una de las ideas fuerza, si se me permite decirlo así, que impulsaron la labor investigadora y creadora del escritor: la importancia decisiva y determinante de momentos concretos, específicos, tanto en la vida de los hombres como en el discurrir de la Historia, que señalarían cambios trascendentales en la vida personal o colectiva. Aquí Antonio Tabares -como, por otra parte, es habitual en la escritura dramática- explota al máximo esa idea de concentración poniendo el foco en esos instantes cruciales en la existencia de una persona en los que trata de poner en orden sus asuntos antes de ejecutar la decisión inapelable de quitarse la vida.
La obra nos traslada, en efecto, a la tarde del 22 de febrero de 1942. En el salón profusamente amueblado de la residencia de los Zweig en su exilio de Petrópolis, Stefan y Lotte Altmann, su secretaria y segunda mujer, despachan la última correspondencia del escritor y ultiman la nota de suicidio. Taciturno, apagado, prematuramente envejecido, él da las últimas instrucciones a una Lotte solícita y cariacontecida que secunda maquinalmente sus órdenes. Viste con elegancia y pulcritud y parece peinada y maquillada para una ocasión menos luctuosa. Pretende dar un aire de normalidad a una situación decididamente excepcional y la emoción aflora en el temblor de sus manos y en el tono de su voz cuando entre sus reiteradas manifestación de aquiescencia se deslizan leves reproches a Stefan inspirados por los celos. Cuando todo parece listo y sólo queda dar un último paseo por el jardín a la espera del crepúsculo suena el timbre de la puerta y un inesperado visitante irrumpe en la estancia viniendo a trastocar los inminentes planes de la pareja. Ignoro si la anécdota es o no apócrifa, pero de lo que no cabe duda es que constituye un catalizador fundamental del conflicto dramático que se aviva desde este momento para no decaer hasta el mismísimo final de la obra dejándonos escenas de altísima tensión emocional.
Pronto nos damos cuenta de que ese misterioso personaje esconde alguna secreta intención, lo que acrecienta la reticencia y las dudas de la pareja sobre su identidad, terminando por instaurarse en el pacífico retiro de los Zweig el mismo clima de amenaza que habían dejado atrás en el continente (“A land of sorrows and of tears ... “ que profetizara William Blake); máxime cuando este atrabiliario personaje se revela como un profundo conocedor de la vida y de la obra de su anfitrión, de sus lecturas y de sus aficiones; lo que, por otra parte,  nos permite asistir a un duelo dialéctico de gran altura intelectual donde se ponen a prueba las ideas y las convicciones más arraigadas del escritor y sus puntos de vista sobre personalidades de la talla de Erasmo de Rotterdam, Montaigne, Richard Wagner o del poeta visionario William Blake.
Sergi Belbel, responsable también del montaje de La punta del iceberg, dirige con acierto la obra apoyado en un solvente trabajo de los actores. Gregor Acuña da vida al visitante Andreas Wolf un devoto de Blake, de humor cambiante, ademanes nerviosos, hablar atropellado y confuso y una actitud que bascula entre la obsequiosidad y la impertinencia, confiriendo al personaje todos las rasgos propios de un carácter obsesivo compulsivo. Pasados los primeros momentos de vacilación, Celia Vioque, acaba por entrar en el personaje de Lotte. De apariencia frágil, es una mujer fuerte, tierna y comprensiva, que sabe ocultar su agitación interior y mostrarse complaciente con el escritor; termina por acallar sus dudas, temores e inseguridad del principio para mostrar una enorme entereza y presencia de ánimo cuando se aproxima la hora fatídica, casi mayores que las del propio Zweig (Roberto Quintana) cuyo grado de abatimiento y tristeza contrasta con la lucidez  que muestra en todo momento y con la determinación con la que está dispuesto a ejecutar su propósito. Transita por el hastío, el cansancio y la serenidad de espíritu con ocasionales explosiones de cólera ante lo que considera el intolerable proceder de Wolf.  
Gordon Craig.

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