De Stephen Dolginoff.
Con: Alejandro de los Santos y David Tortosa.
Piano: Aitor Arozamena.
Escenografía: Asier Sancho.
Dramaturgia: Pedro Víllora y Alejandro de los Santos.
Dirección de escena: José Luis Sixto.
Madrid. Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa.
De un tiempo a esta parte los musicales han ido adquiriendo
importancia creciente en la cartelera madrileña. Reposiciones (“remakes”
en la jerga típica del mundo del espectáculo) de montajes de Broadway o
del West End londinense en la mayoría de los casos, con cifras de
espectadores y de negocio inusuales en el teatro convencional, han
llevado a la salas a un público heterogéneo atraído quizá por la
espectacularidad de los montajes y por el reclamo del éxito obtenido por
dichos espectáculos en los respectivos lugares de origen. Aparte, claro
está, del hecho de que, en muchos casos, por obra y gracia de la
publicidad se han convertido en uno más de los atractivos turísticos que
ofrecen al visitante las grandes ciudades como Madrid o Barcelona. El
hecho es que al albur de tal éxito se ha ido desarrollando una
infraestructura técnica y artística (músicos, cantantes, bailarines,
escenógrafos, figurinistas, etc.) cada vez más capacitada para llevar a
cabo este tipo de espectáculos y un público seguidor de los mismos.
Sólo en este contexto cabe enmarcar un trabajo como este Excítame (Thrill me
en el original, con letra y música de Stephen Dolginoff) que ahora
puede verse en la sala pequeña del Teatro de la Villa, un musical de
pequeño formato que, privado de esa espectacularidad a la que hacíamos
referencia antes, ha de defenderse con las únicas armas de la
originalidad del libreto y de la calidad de la música y de los
intérpretes. Y cabe anticiparse a decir, a juzgar por la respuesta
entusiasta del público asistente, que el resultado es altamente
satisfactorio, aunque quien escribe estas líneas, poco habituado al
género y no muy ducho en ese lenguaje no comparta del todo ese
veredicto.
Basada en hechos reales, el libreto recrea la truculenta historia de
Nathan Leopold y Richard Loeb, dos jóvenes universitarios amigos de la
infancia y después amantes, arrastrados al crimen como estímulo
catalizador de su turbulenta relación erótica y espoleados por las
doctrinas y la teoría del superhombre nietzschiano. Capturados por la
policía, son juzgados y condenados a cadena perpetua. La obra arranca
con la comparecencia de Nathan ante la comisión que ha de valorar su
libertad condicional, tras casi treinta años de reclusión. Así el
desarrollo de la acción se articula en sucesivos “flash-backs” como un
proceso de confesión, a instancia de los jueces, de las circunstancias
relativas a la planificación y ejecución del brutal asesinato, de los
motivos que le impulsaron a cometerlo y de las particularidades de su
relación sentimental con Richard. Se trata, pues, de un material muy
adecuado para la lírica, en el que sobre los aspectos, digamos,
descriptivos predominan los contenidos de conciencia y emocionales; y
cabe decir, que en efecto hay muchas escenas logradas y de intenso
dramatismo, donde las voces y la rotundidad del piano se confabulan para
revelar la tormenta interior de los protagonistas, su exaltación o su
abatimiento, la sensación de plenitud de creerse “superiores”, sus dudas
morales, su queja ante la traición o su remordimiento; en otras
ocasiones, en cambio, es como si la música se disociara un tanto del
texto, o dicho de otra manera, como si el texto se viera forzado en
exceso en su sintaxis para adaptarse a las exigencias de la música
haciéndose demasiado evidente esa disociación.
Por lo demás, y en lo que se me alcanza, creo que hay un buen trabajo
de los intérpretes y de todo el equipo artístico; un meritorio esfuerzo
por incorporar y adaptar a estos lares un género que goza de tanto
predicamento entre los anglosajones y que aquí, a lo que parece, va
teniendo cada día un mayor número de adeptos.
Gordon Craig.
Excítame.
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