De Antonio Tabares.
Con: Nieve de Medina, Eleazar Ortiz, Montse Díez, Luis Moreno, Pau Durá y Chema de Miguel.
Escenografía: Max Glaenzel
Dirección: Sergi Belbel.
Madrid. Teatro de la Abadía.
El trabajo bajo presión, la hostilidad entre los compañeros o, más
recientemente, el acoso laboral -el tan traído y llevado mobbing-, no
son nuevos ni en la vida real ni en los escenarios. Así, a bote pronto,
se me ocurren dos espectáculos significativos que se internan en el
proceloso piélago de las relaciones humanas en un entorno laboral de
extrema competitividad: Glengarry Glen Ross de David Mamet (teatro Español, enero de 2010) y Contraacciones,
Mike Bartlett (teatro María Guerrero, diciembre de 2011). En la primera
los miembros de una oficina de ventas de propiedades inmobiliarias se
despedazan entre sí en una feroz lucha por la supervivencia en un
ambiente de hostilidad, mentiras, chantajes y corrupción; en la segunda,
asistimos a un despiadado acoso, a una intolerable intromisión en la
intimidad de Julia por parte de la implacable Directora Gerente de la
compañía invocando unas infames cláusulas contractuales diseñadas para
erradicar cualquier atisbo de relación afectiva entre los empleados de
la empresa que pueda suponer una merma de su productividad.
La punta del iceberg, de Antonio Tabares, que ahora estrena
el Teatro de la Abadía incide en esa mismas cuestiones y viene a poner
al descubierto el deterioro que están experimentando las relaciones
laborales en una sociedad tan altamente competitiva como la nuestra y a
denunciar su profundo y palmario grado de deshumanización. Frente al
carácter descarnado y cruel de las piezas de Mamet o de Bartlett esta
obra de Tabares, no menos ácida y corrosiva que aquellas, tiene como
notas distintivas un trasfondo y un sentido del humor genuinamente
“nacionales”, lo que, por un lado confiere a toda la acción un rara
sensación de cercanía y de familiaridad, y por otro, suaviza un
conflicto por lo demás de tintes extraordinariamente sombríos. A ello
habría que añadir -o quizá habría que haber empezado por aquí- los
principales activos del autor: su habilidad para penetrar en el interior
de los personajes y su talento para los diálogos, cifrados en un
lenguaje de inusual plasticidad y viveza expresivas.
La obra dramatiza el proceso de investigación interna sobre tres
casos recientes de suicidio de trabajadores de la empresa en cuestión y
se articula en forma de entrevistas de la encargada de dicha
investigación, una alta ejecutiva de la sede central en Londres, con
directivos y trabajadores que han tenido relación con los suicidas. Ella
será la encargada de romper esa especie de “omertá” que se ha instalado
entre los trabajadores acerca de los hechos y del enrarecido ambiente
de trabajo que reina entre los compañeros.
Sergi Belbel impone el ritmo y el tono adecuados a cada una de esas
nueve breves escenas en que se estructura la acción, y el conjunto es un
prodigio de equilibrio en la dosificación de la tensión dramática,
habida cuenta la idiosincrasia de los entrevistados y que cada uno de
ellos administra a su antojo su incomodidad, sus reticencias, su
silencio, sus acusaciones, su ironía o sus explosiones incontroladas de
cólera, desde la cálida acogida, la confianza y la camaradería de
Carmelo Luis, el camarero (Chema de Miguel) a la actitud despótica,
imperativa y hasta chulesca de Fresno (Eleazar Ortiz). El trabajo de los
actores es, asimismo, espléndido, sin excepciones. Sofía Cuevas (Nieve
de Medina) resulta ser una sagaz y paciente entrevistadora; resuelta,
desinhibida, parece más segura de sí misma de lo que en realidad está,
pues también pierde ocasionalmente los papeles y se deja seducir por la
nostalgia de su pasado con Alejandro (Pau Durá); es consciente del
efecto que causan en los demás su cargo y sus interminables piernas
embutidas en una estrecha falda lápiz a juego con la chaqueta impecable
que viste. Respecto al tal Alejandro es un randa de siete suelas, al
abrigo que le proporciona su pertenencia al comité de empresa es el que
se permite llegar más lejos en su denuncia de las condiciones
infrahumanas de trabajo impuestas por Fresno, aunque ha asimilado la
inutilidad del sindicato que apenas si sirve para firmar algún que otro
manifiesto y protagonizar inoperantes sentadas. Cínico, extrovertido y
viva la Virgen protagoniza con Sofía, a cuento de su pasada relación
sentimental, las escenas de más alto voltaje de la obra. Jaime (genial
Luis Moreno) es un cantamañanas, un trepa sin escrúpulos dispuesto a
todo por mantener el escalafón; es un profesional del “sálvese quien
pueda” y quien arranca las más sonoras carcajadas del público.
Introvertida y celosa de su intimidad, lo que la ha hecho acreedora
del apelativo de “rara” entre sus compañeros, Gabriela (Montse Díez),
parece a punto de ser superada por los acontecimientos (no en vano ella
mantenía una relación íntima con Miralles, uno de los suicidas), en sus
dos conversaciones con Sofía hace perfectamente visible toda la presión
que está soportando, y su inseguridad y ciertos síntomas de
desequilibrio que nos hacen temer lo peor durante la escena
-¡espléndida!- de la azotea.
Gordon Craig.
La punta del iceberg. Teatro de la Abadía.
1 comentario:
No es un estreno en toda regla, ya que se estrenó en Canarias y todavía siguen en gira. Por cierto muy acertado el montaje de la compañía canaria.
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