De Tirso de Molina.
Con: José Maya, Alicia González, Eliana Sánchez, José Bustos, José Troncoso y Toni Madigan.
Música: Toni Madigan.
Dirección: José Maya.
Madrid. Teatro Fernán Gómez.
Fiado quizá en el éxito alcanzado en 2008 con el montaje de La mujer por fuerza, y acompañado por parte del equipo con el que emprendió
aquella empresa, José Maya vuelve de nuevo al rescate de una pieza
apenas conocida de Tirso de Molina. Vaya de antemano nuestro
reconocimiento, merecido, aunque sólo fuere por su empeño en sacar a
flote una parte de nuestro rico patrimonio cultural olvidado y por
darnos la oportunidad de disfrutar de la música del verso y del
magistral dominio del lenguaje del que hacían gala nuestros mejores
autores del Barroco cuyo verbo exuberante hoy casi nos intimida, en un
tiempo caracterizado por la ramplonería expresiva y por el menosprecio y
el maltrato del idioma.
Una vez más, las protagonistas son dos mujeres y de nuevo, el
simulacro y el fingimiento constituyen la materia primordial sobre la
que se sustenta la trama. Pero si en La mujer por fuerza, o en Don Gil
de las calzas verdes, por poner un par de ejemplos, Finea y doña Juana,
protagonistas respectivas de estas obras, se sirven del atuendo para
encubrir su verdadera personalidad e intenciones, aquí el disfraz es, si
se me permite decirlo así psicológico, del orden de la simulación.
Leonora, ante la insólita e infamante petición del duque de que sea su
valedora ante Sirena, reprime como puede su indignación y simula, en un
alarde de doblez, colaborar con su marido. Pero desde ese mismo instante
ya está fraguando su venganza (“yo le daré la ponzoña / misma que a
beber me ha dado”). Su demoníaco plan, en el que se embarca con una
absoluta determinación y falta de escrúpulos, incluye a su propio marido
y a los enamorados Carlos y Sirena. Al Duque le exige, a cambio de
“colaborar” en su propio deshonor, que induzca a Carlos a cortejarla; a
Sirena la chantajea para que haga lo mismo (“si por ti Carlos me ama /
al Duque haré tal engaño / que resultando en su daño, / quede segura tu
fama”) y así cerrar el cerco en torno al joven para que supere su
perplejidad e indecisión. Poco a poco una inextricable red de engaños y
embelecos se va tejiendo entre los personajes, obligados a enmascarar
sus verdaderos sentimientos y deseos para satisfacer sus intereses
ocultos.
La artificiosidad de la intriga es tal que a veces cuesta seguir el
hilo de los acontecimientos y hace falta una absoluta concentración para
no perderse en ese laberíntico carrusel de pasiones y desatinos. La
drástica reducción textual y de personajes no ayuda tampoco a la
legibilidad de la obra, porque, pese a la meritoria labor de síntesis
llevada a cabo por el responsable de la adaptación en la que se respetan
las líneas maestras del conflicto, los personajes necesitan quizá un
poco más de espacio para desplegar todo su potencial psicológico y los
actores todo su potencial interpretativo, que es mucho, de forma que el
ritmo sea un poco más pausado, el desarrollo de la acción no resulte tan
esquemático y las escenas tan comprimidas. El público -¡Ah los móviles!
¿habrá que prohibirlos en la sala?- tampoco tuvo su mejor tarde y me
pareció en exceso frío y distante.
Gordon Craig.
El pretendiente al revés en el Teatro Fernán Gómez.
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