Creación y dirección de Mónica Admirall, Miquel Segovia y Albert Pérez.
Con: Mónica Admirall, Miquel Segovia y Albert Pérez.
Compañía: Atresbandes.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.
La pareja y sus relaciones,
casi siempre, desgraciadamente, conflictivas y turbulentas, cuando no
decididamente traumáticas, han constituido una fuente permanente de inspiración
para los dramaturgos. Cierto, pero últimamente, empaquetados con la etiqueta
genérica de “crisis de pareja” estamos asistiendo a una abusiva proliferación
en el mercado teatral de obras que tienen como trasfondo este conflicto
secular. Asunto socorrido donde los haya las más de las veces, sin embargo, esa
suerte de “productos milagro” cuyo interminable catálogo nos ofrece la
cartelera de teatro no superarían, de establecerse, las más elementales pruebas
de control de calidad. Mucho me temo que este es el caso de Solfatara,
la obra que trajo la otra noche al Corral de comedias el grupo catalán Atresbandes,
pese a venir avalada por dos premios internacionales en sendos certámenes de
teatro alternativo.
La novedad mayor de este
montaje consiste en la introducción de un tercer personaje, el de Albert,
cohabitando bajo el mismo techo con Miquel y Mónica, sentándose a su mesa en el
desayuno, o a cenar con unos amigos, inmiscuyéndose en sus discusiones más
banales o metiéndose metafóricamente bajo sus sábanas para ser testigo,
también, del fracaso de sus relaciones íntimas. Una presencia de extraño aspecto
que funciona como catalizador de las reacciones de cada uno de los miembros de
la pareja en los sucesivos encontronazos a los que parece haberse reducido su
vida en común, como un agente químico que estimulara esas reacciones y las
llevara al punto de la deflagración, cuyos fulgores hacen visible lo que
ocultan los silencios, las evasivas o las medias palabras con las que Miquel y
Mónica intenta en vano reparar lo irreparable.
Catalizador, instigador,
“Pepito Grillo”, o simple y llanamente tocapelotas, este personaje -cuyo
aspecto sugiere un “terrorista sentimental”- consigue llevar su manipulación de
la pareja al límite del absurdo alumbrando momentos de innegable comicidad.
Pero lo que podía haber sido un afilado bisturí para diseccionar los recovecos
y anfractuosidades del universo sentimental de la pareja se dilapida en una
huida hacia ninguna parte por la senda de lo hiperbólico, del tópico y hasta de
la chocarrería en una sucesión de escenas que no acaban de satisfacer las
expectativas generadas por las breves alocuciones a modo de proemio que las
preceden a cargo del propio Albert reconvertido en maestro de ceremonias. Entre
la glosa, la didascalia, o la mera acotación pseudofilosófica, estas vagas
referencias a Hobbes pasado por José Antonio Marina, o esa “iniciación” en los
rudimentos de la vulcanología, por poner un ejemplo, con las que se abre el
montaje constituyen un señuelo un tanto engañoso e inducen a una lectura del
mismo que no se compadece con el tono jocoso, intrascendente y vodevilesco que
impregna el espectáculo
Gordon Craig.
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