De Rodolf Sirera.
Versión de José María Rodríguez Méndez.
Con: Miguel Ángel Solá y Daniel Freire.
Dirección: Mario Gas.
Madrid. Teatros del Canal.
Desde tiempo inmemorial filósofos, críticos y dramaturgos se han
empeñado con mayor o menor fortuna en descubrir la verdad del teatro, en
aprehender la esencia última del hecho teatral. En la pieza que
comentamos, Rodolf Sirera se suma a esa corriente convirtiendo el teatro
mismo en tema de representación. Dejando de lado otros elementos de la
teatralidad y centrándose concretamente en el actor, emprende su
particular indagación acerca del trabajo de éste para dar vida a sus
personajes, o lo que es lo mismo, acerca de la cualidad específica de la
representación y de sus limitaciones.
El conflicto psicológico de fondo sobre las relaciones de poder que
enfrenta a los personajes -el Actor acude al domicilio del Señor y
“acepta” provisionalmente los términos del encuentro: la larga espera,
la insolencia del mayordomo, etc., a título de siervo, en función de que
ha sido citado por un admirador poderoso-, no es sino la trama sobre la
que se sustenta la verdadera problemática que aborda la obra de Sirera:
el típico conflicto barroco entre ser y parecer, entre realidad y
ficción; de hecho es precisamente esa última dicotomía la que se niega a
aceptar el Señor obligando al Actor a que viva realmente la muerte del
personaje en un fragmento de una obra que interpreta exclusivamente para
él, no dándose por satisfecho ni siquiera con la magistral
interpretación, la penúltima, que acomete el Actor de esa misma escena
acosado por la terrible sospecha de creerse envenenado y por la
expectativa de conseguir el antídoto si da lo mejor de sí mismo y
consigue entusiasmar a su único espectador.
El texto, breve, quizá con un exceso de reflexión filosófica, está
bien construido y posee las dosis de suspense y de intensidad dramática
propias de un auténtico “thriller”. El espacio escénico creado por Paco
Azorín, una amplia estancia de aspecto señorial, en penumbra y apenas
amueblada, que permite percibir en los silencios el eco amortiguado de
los pasos en el entarimado, refuerza la atmósfera claustrofóbica que
rodea este singular encuentro y sitúa enseguida a los personajes, apenas
comenzamos a intuir las intenciones ocultas del Señor, en un universo
de pesadilla.
Meticulosamente dirigidos por Mario Gas ambos intérpretes hacen un
trabajo espléndido. Miguel Ángel Solá es un mayordomo circunspecto y un
punto displicente, luego un anfitrión educado y atento tras cuyas buenas
maneras se van mostrando progresivamente los rasgos de un carácter
sádico, la extrema crueldad de un psicópata peligroso obsesionado por la
idea de la muerte que asistirá impasible a los mayores padecimientos y
horrores del Actor cuando este “represente” para él la única y verdadera
gran ceremonia del terror. Respecto al Actor, Daniel Freire, su
capacidad de transformación en escena es verdaderamente portentosa. Su
aire de dandy -embutido en un impoluto traje blanco- la dignidad un
tanto impostada y la autosuficiencia con que se dispone a abandonar la
estancia, ofendido por la tardanza de su anfitrión, el ademán altivo y
el gesto vagamente imperioso dan paso a la sorpresa, a la incredulidad,
al azoramiento, a la súplica y a la consternación cuando se ve
irremisiblemente perdido a manos de la obstinación enfermiza de un
maníaco. Sorprende realmente ver como se mete en el papel para
representar la breve escena de la muerte a la vista de los espectadores,
asistir a los primeros tanteos, observar cómo va cobrando consistencia
el personaje y cómo pasa de la sobreactuación del principio al cada vez
más crudo realismo de las siguientes versiones de la escena, como
transita por todos los estadios del terror en un crescendo de
convulsiones y espanto verdaderamente sobrecogedores.
Gordon Craig.
Teatros del Canal. El veneno del Teatro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario