<< Tanto que se escribe y se habla sobre la Guerra Civil, y qué
pocas veces se presta atención a la experiencia más universal, la vida
cotidiana de los soldados a la fuerza, los que pasaron frío y hambre y
sufrieron amputaciones y murieron en plena juventud, los que al final de la
guerra no tuvieron ningún paraíso sino vidas durísimas de necesidad y trabajo
en un país arrasado.
En el verano de 1936 Madrid tenía un millón y medio de
habitantes: apenas diez mil fueron voluntarios al frente, y unos cinco mil en
Barcelona. Las cifras en el bando de los sublevados no son muy diferentes. La
inmensa mayoría de los movilizados se dejó llevar a la guerra a la fuerza, y
como era una guerra de pobres muchos eludían el reclutamiento y no los podían
encontrar, o se iban de permiso y volvían con varios días de retraso o no
volvían nunca, y cuando escribían a casa era para pedir paquetes de comida,
ropa de abrigo, cigarrillos, fotos de las personas queridas. En la zona
republicana los soldados escuchaban como quien oye llover los mítines de los
comisarios políticos; en la otra se resignaban con parecida actitud a las
arengas sobre la Reconquista o sobre el Cid Campeador y a los sermones de los
capellanes castrenses.
>>
Guerreros desganados de Antonio Muñoz
Molina, en El País.
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