De Odin Teatret.
Con: Kai Bredholt, Roberta Carreri,
Jan Ferslev, Elena Floris, Donal Kitt, Tage Larsen, Sofía Monsalve, Iben Nagel
Rasmussen, Fausto Pro y Julia Verley.
Dirección: Eugenio Barba.
Madrid. Teatro de la Abadía.
A la salida del teatro uno no puede
por menos que escuchar los comentarios sobre la función que algunos
espectadores intercambian entre sí. Generalmente no prestamos demasiada
atención a tales comentarios o a las expresiones de satisfacción, o de asombro
-o de aburrimiento-, que los acompañan, porque más allá del placer, la
excitación, el disgusto o la indiferencia que uno mismo ha experimentado, ya se
ha forjado un juicio de valor medianamente sólido, erróneo o atinado, -eso da
igual- sobre el espectáculo en cuestión. Cuando, ocasionalmente, prestamos más
atención que de costumbre a esas reacciones de los demás para descubrir en
ellas pistas que confirmen o desmientan nuestra propia interpretación es que
algo va mal y experimentas una incómoda sensación de desconcierto.
Y entre las numerosas conjeturas que
se disparan como explicaciones de esa rara sensación hay dos que se imponen de
manera concluyente: la primera es que, habida cuenta de que se trata de una
compañía y un director de culto quizá esperabas demasiado de su trabajo; y la
segunda es que, considerando el largo proceso de creación del espectáculo y la
manera en que el director incardina en sus dramaturgias las biografías
profesionales y personales de los intérpretes y la suya propia (en este caso
concreto, en medio del proceso de
ensayos la compañía perdió a uno de sus miembros fundadores, Torgeir Wethal,
marido de Roberta Carreri, la actriz que interpreta al ama de casa rumana)
deduces que quizá posea muchos niveles de significación solo asequibles para un
grupo de iniciados entre los que tú no te encuentras.
El montaje, con pretensiones de
performance, presenta en escena a un conjunto heteróclito de personajes (un
niño colombiano que busca a su padre desaparecido en un continente hostil, una
refugiada chechena que comparte con nosotros su desdichado pasado mientras
trata sin éxito de cruzar la frontera, o la patética figura de ídolo caído de
una vieja gloria del rock de ademanes torpes y estereotipados), cada uno de los
cuales arrastra, por así decirlo buñuelianamente, su propia historia sin
interactuar apenas con los demás, y que conforman entre todos un vasto retablo
de la ruina y del caos de un futuro cercano en distintos lugares de la ahora
opulenta Europa, tras una hipotética guerra civil.
De tintes sombríos, la pieza se organiza en torno a dos ideas fuerza:
la búsqueda y la muerte. La primera, asociada a los desaparecidos en todas las
guerras, representada por ese joven llamando a todas las puertas para encontrar
a su padre, pero también en la refugiada chechena que busca lo que ella cree
ser un mundo mejor. Y la segunda, inscrita en multitud de escenas y símbolos
que permean toda la representación, desde la presencia inquietante del ataúd o
de los ganchos de carnicería que cuelgan del fondo del escenario y que sugieren
elementos de tortura hasta el rito lustral del lavado y amortajado del cadáver
del marido muerto. De hecho parece ser que uno de los estímulos iniciales para
las improvisaciones que han precedido a la conformación del espectáculo
consistió precisamente en evocar la tradición escandinava de la “cerveza
funeraria” la costumbre de invitar a bebida y comida a los asistentes a un
velatorio que frecuentemente acababa en una auténtica francachela.
En la línea de Brook o de Arianne Muoschkine, Eugenio Barba sigue fiel
a su costumbre de trabajar con actores y colaboradores de distintas
nacionalidades, lo cual con seguridad enriquece el trabajo de los ensayos pues
permite la convivencia de múltiples perspectivas, pero desde luego, dificulta
la recepción de los contenidos vehiculados por la palabra, no siempre suplidos
por el resto de elementos expresivos, plásticos y visuales y por la música que
aportan continuidad o visión de conjunto a una acción discontinua y
fragmentada. Como profecía, en todo caso, y pese a singularidad de una
imaginería críptica en extremo, el montaje trasmite una visión del futuro de
Europa sombría y devastadora.
Gordon Craig.
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