De John Mighton.
Con: Jorge Muriel, Luis Moreno, Rosa
Manteiga, Fernando Sánchez-Cabezudo, Jesús Barranco.
Dirección: Julián Fuentes Reta.
Madrid. Teatro de la Abadía. 15 de
abril de 2012.
Cuando a veces nos preguntamos acerca de la idoneidad de los distintos medios para contar según que clase de historias o para hacer partícipes a los lectores o espectadores de una determinada experiencia estética, tendemos a pensar que el cine -por las inmensas posibilidades técnicas que proporciona el montaje así como por el grado de desarrollo de los efectos especiales- es superior a la literatura o al teatro si se trata de trasponer mundos pensados o universos virtuales o historias clara y abiertamente inverosímiles. Este montaje teatral desmiente esa impresión, o al menos reivindica una forma más primaria de acercamiento a la ficción, -o más primitiva, si se quiere, casi “juliovernesiana”, en cuanto a la utilización de los recursos de la técnica se refiere-, pero que tiene el encanto de lo artesanal en esta era de la tecnificación abusiva de los medios de representación.
La acción de Mundos
posibles discurre según dos planos de narración distintos cuasi simultáneos
que convergen a medida que avanza el relato de los hechos: una investigación
policial sobre un extraño caso de robo de cerebros, que culmina con éxito tras
el descubrimiento por parte del sargento Williams del cadáver de George Barber,
y la historia de la relación amorosa del propio George y de la joven Joyce cuyos
diversos episodios (encuentros reiterados y fortuitos de los protagonistas en
los mismos lugares y tiempos pero con identidades distintas) parecen
transcurrir en mundos paralelos, en dominios de la percepción espaciotemporal
que no entrarían en contacto sino en virtud de una extraña, azarosa e
inexplicada concatenación de circunstancias. La condición de desequilibrio
mental de George, sugerida por su presencia en la consulta del psicoterapeuta,
nos permite conjeturar que toda la historia no sea sino una de sus recurrentes
obsesiones o pesadillas y el resto de los personajes, meras creaciones de su
fértil imaginación. De todos modos da igual, porque todo es posible en una
pieza que se propone precisamente cuestionar los fundamentos mismos de la
realidad a la vez que reivindica el poder de la fantasía y de la imaginación
creadora.
Los efectos
sonoros y la iluminación contribuyen a la creación de esa atmósfera irreal,
alucinatoria y de tintes kafkianos en que se desarrolla la acción, y los
actores, en general, aciertan a reproducir esa lógica extraña, próxima al
absurdo, que gobierna el comportamiento de sus respectivos personajes; unos
personajes víctimas de un destino caprichoso e inclemente, juguetón, más bien,
si pensamos en el humor y la ternura que aflora aquí y allá en muchos juicios y
actitudes de dichos personajes: en la orfandad y desorientación de George
(Jorge Muriel), en esa imagen de benévola condescendencia y de fatalismo de
Joyce (Rosa Manteiga, seductora y pícara maestra de ceremonias de un desternillante
reality sobre la revolución de la conciencia); o, en fin, en la menesterosidad
de esos policías enlutados y circunspectos (Jesús Barranco y Fernando
Sánchez-Cabezudo), sacados de un tiempo pretérito que conducen desganadamente
su investigación mientras resuelven sus discrepancias e ironizan sobre la salud
mental de sus confidentes.
Un
espectáculo, modesto, sugerente, divertido, sutil; una indeclinable invitación
al espectador a dejar a un lado la lógica y a participar en el juego de los
simulacros.
Gordon Craig.
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