Dirección y coreografía: Sol Picó.
Dramaturgia: Sol Picó y Carles Alfaro.
Con: Maru Valdivielso y Vanesa Segura
García. Bailarines: Xaro Campo, Verónica Cendoya, Virginia García,
Carlos Fernández Fuentes, Valentí Rocamora i Torà y Emilio Gutiérrez.
Madrid. Naves del Matadero.
No es nuevo en la trayectoria artística de la bailarina y coreógrafa Sol Picó el intento de fundir verbo y movimiento, palabra y danza, en un único artefacto expresivo que combine las peculiaridades de ambos modos de expresión artística. Hace un par de años, fruto de su colaboración con Sergi Belbel, vimos un espléndido espectáculo creado a partir de El Baile, de Irène Némirovsky. Ya entonces hacíamos notar, que, pese al notable trabajo de la temperamental Anna Lizarán (Rosina) la tremenda energía de Xaro Campo (Antoinette) en la ejecución de las escenas bailadas y la rotundidad casi marcial de sus movimientos acaparaba todo el protagonismo y adquiría un indeseado grado de autonomía que hacía peligrar la unidad del conjunto. De este espectáculo puede decirse casi lo mismo.
En esta ocasión el montaje está inspirado en la película de Rainer Werner Fassbinder Las amargas lágrimas de Petra von Kant.
Palabra y danza se aúnan con el propósito de recrear las turbulentas
relaciones lésbicas de Petra von Kant con la joven modelo Karin Thimm,
su amante; pues bien, los breves pasajes dialogados que sostienen la
débil trama argumental, sucumben ante la arrolladora fuerza expresiva
del movimiento per se; digo más la expresividad de los bailarines y
actrices embridada y sujeta a unas pautas precisas de concreción de
sentido cuando secundan o subrayan las palabras de los intérpretes se
desbordan en los momentos en las que el habla cede el protagonismo a la
danza y alcanzan elevadas cotas de belleza plástica e intensidad
emocional. Se nota que las actrices y los bailarines y bailarinas se
sienten más cómodos e inspirados cuando lo fían todo al dinamismo del
cuerpo sin más trabas que su propias limitaciones físicas o las
exigencias de una técnica, de un lenguaje corporal específico que la
coreógrafa viene desarrollando en consonancia con las tendencias más
influyentes de la danza contemporánea.
Un lenguaje, por cierto, que nos aleja de la impresión de plácida
fluidez que trasmite la danza clásica, más consciente de la
tridimensionalidad del espacio y de la posibilidad de expresar los
fuertes contrastes -quizá sería mejor decir contradicciones- que
amenazan con destruir el frágil equilibrio emocional de la protagonista;
como así ocurre al final, con una Petra von Kant humillada, desesperada
por el abandono de Karin. Movimiento que en el caso de Petra (Maru
Valdivielso) siempre es desmesurado, insolente al mostrar su arrogancia,
o agresivo en su rol de dominadora, jefa de pista, que, látigo en mano
pretende meter en vereda a sus propios monstruos (demonios interiores
fruto de la pasión, del deseo y del desamor); o juguetón, parodia de una
Karim-autómata caprichosa y displicente; o sincopado y espasmódico,
como los preliminares del orgasmo que infructuosamente persigue la
“bomba sexual”, con reveladores gestos y actitudes posturales del coito,
de la violencia sádica o de la humillación masoquista en la figura
sumisa de Marlene; en composiciones, en fin, donde parejas o tríos
tratan de recomponer una sexualidad insatisfecha, atormentada y
turbulenta donde la entrega generosa es sustituida por el dominio o la
posesión.
Gordon Craig.
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