<< […] Hay dolores agudos que podemos confesar;
sufrimientos de los cuales puede uno sentirse realmente orgulloso. Los poetas
han hablado con elocuencia de la pérdida de un ser, de la despedida, del
sentimiento del pecado y del temor a la muerte. Estos dolores obtienen la
simpatía del mundo entero. Pero existen también angustias ignominiosas no menos
torturantes que las otras, pero de las cuales el que las sufre no se atreve, no
puede hablar. La angustia del deseo contrariado, por ejemplo. […] >>
Aldous Huxley, “Contrapunto”.
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