Schaubühne am Lehniner Platz & Anouk Van
Dijk DC.
Con:
Angie Lau, Philipp Fricke, Erhard Marggraf, Franz Rogowski, Judit Rosmair, Kay
Bartholomäus Schulze, Stefan Stern, Luise Wolfram y Nina Wollny.
Dirección y coreografía: Falk Richter y Anouk
Van Dijk.
Escenografía: Katrin
Hoffmann. Música: Malte Beckenbach y Mattias Grübel.
Madrid.
Naves del Matadero.
Es este uno de esos raros espectáculos que te dejan sin aliento, clavado literalmente a la butaca con la boca abierta y las antenas desplegadas para no perderte ni un detalle, zarandeado por los múltiples estímulos que proceden del escenario y que apenas puedes procesar en tiempo real mientras te las ingenias para sobreponerte a su poderoso impacto estético y para componer un hilo discursivo integrador a partir de la pluralidad de fuentes de sentido (texto, música y danza.) que reclaman simultáneamente tu atención.
Tercera entrega de la fructífera
colaboración del dramaturgo y director teatral Falk Richter con la coreógrafa
holandesa Anouk Van Dijk en la Schaubühne berlinesa
este intenso y desasosegante espectáculo de teatro formalista ahonda en el
análisis de las dolorosas consecuencias que acarrea la imparable deriva
consumista de las sociedades del bienestar gobernadas por las implacables leyes
del mercado y en la exploración de las profundas heridas de una crisis que no
es sólo, o no principalmente, económica sino crisis de valores y de identidad, con
sus secuelas de inacción y fatalismo y que se ha cebado sobre todo en las
generaciones más jóvenes.
En la línea de algunas obras de Müller o
las de la primera época de Peter Handke, se produce una desintegración del
típico diálogo teatral (sólo raramente los intérpretes hablan entre sí, y de
esas contadas ocasiones muchas lo hacen a través del móvil o por medio de
micrófonos), el pacto ficcional se ha roto y el espectador se siente
interpelado desde el escenario por el discurso de unos intérpretes que sólo a
duras penas pueden considerarse personajes, ayunos como están de una verdadera
psicología. Así llega directamente a la platea, sin mediaciones temporales y/o
circunstanciales externas (la lógica del doble artaudiana), el grito desgarrado
de socorro de una generación vulnerable hasta la exasperación; jóvenes educados
en una cultura hedonista, atraídos por múltiples y tentadoras instancias de
consumo, pendientes de su psicoterapeuta, inermes y perplejos ante la magnitud
de la catástrofe, incapaces ni siquiera de dar sentido a una relación, ahítos
de soledad -terrorífica la escena que se desarrolla en el interior de esa
especie de cabinas acolchadas sin comunicación posible con el exterior-,
anhelantes por comunicarse con los demás pero incapacitados incluso para
verbalizar algo que realmente les guste o les satisfaga, o para mostrar
empatía, ternura o conmiseración, alcanzando a penas a canalizar su airada
protesta en forma de exabrupto contra los adultos o contra los gerifaltes del
capital.
Tampoco las secuencias de danza -a diferencia de,
por ejemplo, los ballets románticos que pueden ser “leídos” e interpretados
como un “texto”- poseen un verdadero valor representativo; el cuerpo y el
movimiento se convierten en el centro de atención no en tanto que portadores de
un sentido, sino en virtud de su propia realidad física, una gestualidad
torturada y convulsa.
Pese a la aparente artificiosidad del montaje, el
conjunto ofrece una sólida coherencia; todo fluye como una extraña armonía de
contrarios donde la danza transmite la crispación y el dolor mejor que las
palabras, que parecen, por el contrario, vehicular una cierta resignación, no
exenta de exabruptos, como queda dicho. En conjunto, técnicamente, el montaje
juega con un sistema de relaciones y de elementos expresivos más complejo que
una puesta en escena convencional -digamos basada en la mera representación
mimética de la realidad- y nos sitúa en la pista de una tradición teatral
(Peter Stein, por ejemplo, o Pina Bausch y su Tanz-Theater) que no tiene
desgraciadamente mucha presencia en nuestros escenarios pese a ser una de las
fórmulas más prometedores para el desarrollo del futuro teatro, si hemos de
hacer caso a las profecías de Robert Walser.
Un
espectáculo trasgresor, de hiriente actualidad y que nos obliga, como
espectadores, a revisar nuestros gastados hábitos perceptivos hijos de la
pereza y de la desidia. Todo un revulsivo, en fin, para una dramaturgia
española, en general enemiga declarada del riesgo y de la experimentación
genuina.
Gordon
Craig.
1 comentario:
Sobrecogedora, emocionante, desconcertante, de radiante actualidad.
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