De Marianella Morena. A partir de la vida y la
obra de Delmira Agustini.
Con: Lucía
Trentini, Agustín Urrutia, Mané Pérez, Cristina Amacoria, Laura Báez y Domingo
Milesi
Escenografía y vestuario: Johanna
Bresque.
Dirección: Marianella
Morena.
Madrid.
Naves del Español. Sala Max Aub.
Decididamente,
los jirones de la vida y de la obra de la malograda poetisa uruguaya Delmira
Agustini ( 1886-1914) recreados en este montaje recuerdan la angustia y la
frustración tan descarnadamente expresados una y otra vez por Cernuda en sus
poemas ante la imposibilidad de satisfacer por completo su deseo, en pugna con
una realidad mezquina, tozuda e inclemente. “Diré cómo nacisteis, placeres
prohibidos, / como nace un deseo sobre torres de espanto, / amenazadores
barrotes, hiel descolorida, / noche petrificada a fuerza de puños ...” Corre por los versos de la autora de Los
cálices vacíos el mismo espíritu de rebeldía e inconformismo del poeta
sevillano, de negativa a aceptar los roles sociales asignados por la moral de
su tiempo, definidos férreamente en función de su condición de homosexual en un
caso o de la condición femenina en el caso de Delmira Agustini.
Sería muy
fácil recurrir a la noción freudiana de sublimación para explicar la deriva artística de la poetisa,
la escritura, como actividad compensatoria -o quizá sea mejor decir
sustitutoria-, a través de la cual dar
cauce a su pulsión sexual insatisfecha, pero me temo que eso sería simplificar
las cosas. Más bien habría que hablar de dos heridas igualmente dolorosas,
causantes de la frustración permanentemente evidenciada a lo largo de la obra:
la incapacidad de la protagonista para alcanzar la plenitud erótica y la
creativa. Esa situación se articula como conflicto dramático enfrentando a la
Delmira Agustini mujer y amante con el doble muro de incomprensión de su
familia y de su novio. Una familia castradora dominada por el orden y el
respeto incuestionable a la figura paterna -espléndidamente parodiada en el
segundo cuadro- que ridiculiza la vocación literaria de Delmira y reprime
cualquier manifestación de afecto o contacto carnal no acorde con su moral
pequeñoburguesa. Y un novio timorato, superficial, cursi, no menos esclavo de
los convencionalismos sociales e incapaz de aceptar la iniciativa de la mujer
en materia de sexo, de comprender sus fantasías eróticas, la sinceridad y la
vehemencia de su caudalosa sensualidad, incapaz de compartir y alentar, desde
luego, su pasión por la escritura.
De
inspiración brechtiana, el montaje de Marianella Morena se estructura en tres
cuadros que constituyen visiones complementarias, desde perspectivas distintas,
de aspectos de la vida de Delmira Agustini para que cada espectador pueda
construir su propio relato; desde el más breve, despersonalizado y distante
cuadro final en el que una pareja de jóvenes enamorados mitómanos y unas aplicadas estudiosas de la obra de la
poetisa, relatan las peripecias de la subasta en la que consiguieron hacerse
con sus exiguas pertenencias, incluidas unas cartas de amor a su marido y
amante y la pistola del crimen, hasta el
cuadro segundo, ya mencionado, una hilarante parodia de una velada familiar en
clave metateatral, con directora-maestra de ceremonias incluida, en el sancta
sanctorun de la vivienda paterna: el salón donde se ha entronizado como
pieza clave de la decoración un cómodo y florido sofá en torno al que se reúne
a platicar los integrantes de la saga. Para entonces ya hemos asistido, en el
primer acto, a los encuentros de la pareja en la intimidad de la alcoba, tálamo
nupcial o cama de habitación de pensión de mala muerte donde tuvieron lugar sus
citas como amantes. Abandonados a la voluptuosidad de los cuerpos, al desmayo,
a la exaltación, pero también a las quejas, a los reproches o a la réplica
airada, unos amantes se multiplican -literalmente- en abrazos y caricias en una
suntuosa estancia que recuerda por su atmósfera entre mórbida y galante a los
versos de su poema “Capricho”: “Entre el raso y los encajes de la alcoba
/.../ Se revuelven en las espumas de su lecho de marfil.
Una
espléndida evocación, en fin, de la atribulada existencia y de la prematura y
trágica muerte de esta singular poetisa por tantos conceptos adelantada a su
tiempo. Una visión personalísima que combina la sátira social con escenas de un
intenso lirismo. Una muestra de excelente teatro.
Gordon Craig.
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