“Locus amoenus”. De Atresbandes (España).
Con:
Mónica Admirall, Albert Pérez y Miquel Segovia .
“The Whistle”. De Squarehead Productions
(Irlanda).
Con: Darragh McLoughlin
“Beating McEnroe” (Reino Unido).
Con:
Jamie Wood.
Alcalá de
Henares. Corral de Comedias.
Por tercer año consecutivo el Corral de Comedias se suma a la red de
teatros europeos que acogen en gira los espectáculos favoritos del público del Festivalinternacional de teatro alternativo de Birmingham 2015 ofreciéndonos la
posibilidad de disfrutar de un variado muestrario ilustrativo de las nuevas
tendencias de las artes escénicas.
La compañía catalana Atresbandes, que ya estuvo en el Corral en enero
de 2014 con “Solfatara” (un acercamiento un tanto errático a la tópica
“crisis de pareja”) nos sorprende gratamente con un divertidísimo y chispeante
juguete cómico que recrea hasta que punto mientras nos entregamos con suma
complacencia a los actos más rutinarios, podemos estar siendo víctimas de un
azaroso e implacable destino. En una curiosa materialización del “efecto
mariposa”, tres pasajeros “extraños en un tren” -ignorantes de lo que les
aguarda cuando en menos de una hora el convoy atropelle a un conejo en plena
vía-, acurrucados en su asiento, dan vía libre a sus cogitaciones o escuchan la
música de su i-pod, mientras tratan
inútilmente de aislarse del mundo exterior, de mantenerse al margen de los problemas
ajenos que vienen a enturbiarles esos momentos de solaz y sosiego. Lo fortuito
y el malentendido -nunca mejor dicho- son los motores de este breve encuentro
en un vagón de tren semivacío y los catalizadores de las situaciones más
cómicas e hilarantes, mas allá de vagas referencias eruditas al tópico del “Locus Aomenus” renacentista que da título a
la obra, ese lugar placentero, ese paraje campestre idealizado por los poetas
del setecientos como escenario de sus lances amorosos (“Corrientes aguas
puras, cristalinas, / árboles que os estáis mirando en ellas, ...” ). Un
humor de situación, con escenas meticulosamente desarrolladas con encomiable
pericia y contención, con la atención al mínimo gesto, a los elocuentes
silencios, al intercambio de miradas y a la dosificación precisa, de alquimista,
de los efectos de la comicidad, que en el trío final, cuando Mónica accede a
intermediar de intérprete entre los dos jóvenes interlocutores anglo e hispano
parlantes desata un torrente de carcajadas.
Cambiando totalmente de registro, con The whistle, Darragh McLoughlin une técnicas de malabares
con teatro físico para arrastrarnos a una experiencia compartida en la que
trata poner a prueba nuestra forma de mirar, con el objetivo de romper los
patrones habituales de la percepción de lo que ocurre en el escenario. Desde
esa solemne y pomposa afirmación de una obviedad con la comienza su actuación: “this
is a whistle” -que nos recuerda al “Ceci
n’est pas une pipe” de Marcel Duchamp justo debajo de la imagen pintada de
una pipa-, todo el espectáculo se rige por ese desafío a la lógica que controla
la generación de expectativas por parte del espectador. Uno espera contemplar
la destreza de un experto, con cinco, seis o siete bolas simultáneamente en el
aire, no la “persecución” espasmódica de una bola, supuestamente dotada de
autonomía que realizara por sí misma movimientos aleatorios, antítesis, por
cierto de la precisión y el orden establecido
en la ejecución “correcta” de un ejercicio de malabares al uso. Tampoco
esperamos, por supuesto, un cambio de indumentaria del artista a ojos vista del
público, aunque claro, se da por hecho que en ese momento y hasta nuevo toque
de silbato ¡tendríamos que haber mantenido los ojos cerrados!
De humor “a quemarropa” puede tildarse casi la pieza que cierra el
espectáculo: Beating Mc Enroe. Del esquematismo abstracto del universo
minimalista de Darragh McLoughlin pasamos a la exuberancia de Jamie Wood, al
ritmo trepidante, a la sal gorda y a la plétora de elementos de la comicidad
más primaria y clownesca, incluidos huevos arrojadizos, sartenazos, carreras,
poses inverosímiles, disfraces o la pantomima irreverente y salaz. Y todo ello
con la permanente participación activa del público, asintiendo, negando,
vociferando, para parodiar en escena el mítico partido de la final de tenis de Wimblendon de 1981 entre el mirífico
Bjorn Borj -caricaturizado por Jamie Wood como un cruce de monje budista zen y
bailarina de ballet- y el intempestivo e irascible John McEnroe.
Gordon Craig.
No hay comentarios:
Publicar un comentario