Con: Eva Trancón, Nerea Moreno, Rulo Pardo, Antonio Gómez, Juan Antonio Lumbreras y Joshean Mauleon.
Dirección: Vicente Colomar.
Madrid. Sala Cuarta Pared.
El subtítulo de la pieza: Evangelio apócrifo de una familia, de un país, ya da una idea de esa perspectiva generalizadora, totalizadora, a la que aludíamos arriba y a su vez, de su inscripción en el terreno pantanoso de la “superestructura” ideológica y de creencias en la que como en un puré de guisantes chapotean nuestros protagonistas comandados, de un lado por esa suerte de Mesías redivivo, profeta de la igualdad y de la fraternidad universales (“mierda comunista” según El hermano mayor), a cuyo prendimiento, calvario, sacrificio y resurrección vamos a asistir a lo largo de la obra, y de otro por ese primogénito, atrabiliario y carca y portador de las esencias de una derecha ultramontana y cavernaria de brazo en alto (¡Qué miedo! ¡Temblad nostálgicos del franquismo!) secundado por el resto de hermanos y hermanas de una familia marcada, como tantas, -¿cómo todas?- por la envidia, el odio y el resentimiento y por el estigma de un hijo, que como Greogorio Samsa se despierta una mañana, o emerge de la cama hospitalaria donde yace aquejado de un “ligero malestar”, que para el caso es lo mismo, convertido en un bicho raro, en la voz caótica, contradictoria y vehemente de la conciencia.
Entre ambiguas y equívocas referencias neotestamentarias salpimentadas con multitud de pintorescas digresiones sobre lo divino y lo humano –nunca mejor dicho-, desde astronomía básica hasta otras menos edificantes sobre la actividad muscular posmorten, el racismo, el parto o los experimentos del Ángel de la Muerte, los personajes, tres hermanos y dos hermanas gemelas van descubriendo sus secretos y su historia aciaga llena de odio, de mentiras y de resentimiento. Sobre todo de resentimiento y frustración de la madre neurótica enterrada en un psiquiátrico; de envidia y de una irrefrenable pulsión cainita entre los hermanos.
Un relato apocalíptico, en fin, de una España profunda que nos remite al claroscuro solanesco, a las pinturas negras de goya, a puerto Urraco o a los recientes crímenes de Cuenca, difuminado muchas veces por la caricatura y lo grotesco; servido, eso sí, por un abnegado y solvente trabajo de los actores que se entregan en cuerpo y alma a poner en pié esta desmesurada, bufonesca y tétrica pesadilla.
Gordon Craig.
Sala Cuarta Pared. Canícula.
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