viernes, marzo 06, 2015

TEATRO. Carnaval Barroco. "La musa funambulesca".

Concepción y dirección: Vincent Dumestre.
Cantantes: Bruno Le Levreur (alto), Hugues Primard (tenor), Serge Goubioud (tenor), Enmanuel Vistorky (bajo).
Acróbatas, mimos y Guitarra: Stefano Amori y Lulien Lubek.
Acróbatas: Ahmed Said, Olivier Landre, Quentin Bancel, Antoine Hélou y Rocco Le Flem
Músicos: Johannes Frisch, Emmanuel Mure, Stéphane Tamby, Lucas Péres, Thomas de Pierrefeu, Michèle Claude y Vincent Dumestre.
Compañía: Le Poéme Harmonique.
Puesta en escena y escenografía: Cécile Roussat.
Madrid. Teatros del Canal.



Debo la expresión “musa funambulesca” con la que he encabezado mi reseña de hoy a la profesora Iris M. de Zavala y procede del título de su espléndido libro (editorial Orígenes, 1990) dedicado al estudio y análisis de la obra dramática de Valle-Inclán. De connotaciones inequívocamente circenses, este feliz hallazgo expresivo utilizado por la autora para aludir a la “poética de la carnavalización” que, según ella, modela la escritura del creador del esperpento, viene como de molde para referirse al montaje que comentamos, inspirado precisamente en el mundo del circo como ingrediente principal de las celebraciones paganas de las fiestas del Carnaval allá por finales del Renacimiento e inicios del Barroco, época que recrea el espectáculo.

Se trata de una rara simbiosis de artes circenses y de música popular del setecientos  trufada de lances y bufonadas codificadas en una gestualidad heredera de la Commedia dell’Arte, que reproduce el ambiente de júbilo y alegría, de jolgorio y desenfreno al que se entregaban nuestros antepasados de aquel tiempo amparados en la excepcionalidad que brindaba la ocasión de las fechas inmediatamente anteriores al periodo penitencial de la Cuaresma, impuesto de manera férrea por la Iglesia. Estamos ante una verdadera parodia carnavalesca de los usos y modos sociales aceptados en la época mediante la acentuación de lo grotesco, lo deforme y hasta lo escatológico; un espectáculo  fresco, regocijante, lleno de sorpresas que moviliza nuestra sensibilidad y nuestras emociones, que desata las carcajadas o que acelera nuestra respiración ante el desenlace de los más arriesgados números de acrobacia.

La música, de variado tono y colorido, interpretada en directo por un soberbio equipo de instrumentistas, es la que articula el desarrollo del espectáculo. Aún carente de un hilo narrativo la composición se atiene a una estructura de contrapunto -por utilizar un símil musical-, escenas de mayor calidad poética se contraponen a pasajes más rabiosamente divertidos o a otros en los que se muestra la destreza de los equilibristas, prestidigitadores y acróbatas.  Rivalizan el virtuosismo en el manejo de las voces y de los instrumentos con el no menos exquisito dominio de los recursos de una teatralidad primaria, en perfecto maridaje, a su vez, con la habilidad de malabaristas, acróbatas o equilibristas. Armonía, perfecta, en fin, de música, voces, cuerpos y una variada gama de elementos escenográficos, como mamparas, puertas, toneles que componen una geometría variable en perpetua evolución, amalgama de cuerpos en raras composiciones escultóricas que sugieren las imágenes de las pesadillas. Bajo una iluminación tenebrista todo cobra una cariz de irrealidad acentuado por la expresividad de la máscara y por la elegancia pausada de los ademanes del mimo. Aquí la vitalidad desbordante en la frenética actividad del saltimbanqui, allí el lánguido balanceo de los hombros y caderas como fondo sobre el que se proyecta el acendrado lirismo del Lamento di madama Lucía o el acompañamiento coral  y galante de la emotiva Tarantella del Gargano, magnificamente interpretada por Estefano Amori.

Un espléndido espectáculo, en fin, rozagante, divertido, que recupera para nuestra maltrecha escena contemporánea lo mejor de una tradición teatral semiolvidada.

Gordon Craig.

Carnaval Barroco. Teatros del Canal.

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