Aquel último beso nos unió para siempre. Nunca más volvimos a vernos después de aquel atrevimiento furtivo en un rincón oscuro de su oficina. Ni tan siquiera nos despedimos, las palabras sobraban en esta ocasión. El abrazo fue eterno, de esos de los que es complicado olvidarse. Sus brazos se entrecruzaban tras mi espalda y su cabeza se mantenía apoyada junto a la mía. Sentía el latir acelerado de su corazón junto al mío, tan cerca que parecía que ambos se encontraban en una sola caja torácica. Una corriente de alto voltaje recorrió ambos cuerpos en esos minutos interminables. Mis manos separaron su cabello del rostro.
Sus ojos oscuros centelleaban, resplandecían en el claroscuro de aquel cuarto íntimo, nuestro. Nos miramos un instante que nunca se quería terminar, y nuestros labios se juntaron por última vez. Cuando abrimos los ojos y fuimos conscientes de que la realidad era bien diferente de lo que todavía sentíamos pero que poco a poco se extinguía y que nuestro momento mágico había terminado, todavía estábamos cogidos de la mano. No había marcha atrás y sin volver la mirada abandoné lentamente su mano. Nuestros dedos se seguían tocando, se rozaban, palpitaban, sentían. No quise ver sus ojos una vez más, presentía lo que sucedería, y no quería que sufriera más un alma combativa y valiente como la suya. Oí sus sollozos, y un suspiro profundo que me decía en el ensordecedor silencio de la escena que no me marchara.
La muchacha de los cabellos infinitos apareció sin querer entre un público anónimo, fuera de si, que se dejaba llevar por los acordes de unas guitarras, una batería y una aguda voz masculina que literalmente se comía el micrófono. Su mirada y la mía se cruzaron sin querer o queriendo miles de veces durante aquella noche cargada de nicotina y alcohol. Una marea humana enloquecida y sudorosa nos engulló a los dos tras el concierto. Me costó mucho desembarazarme de aquellos ojos marrones, que burlones se escondían tras su grácil melena cada vez que los míos buscaban en su figura una mirada cómplice y sincera en aquella noche mágica.
No volví a verla en mucho tiempo, quizás pasó demasiado tiempo desde aquel fugaz y noctámbulo encuentro. Pero como el destino es así de impredecible, nos tenía reservada una inesperada sorpresa más a los dos. La última. Habían pasado dos años, largos y sufridos, pero dos años. Yo me dirigía a realizar una visita rutinaria a un proveedor al que casi siempre le debíamos dinero. Nunca olvidaré el titilar de sus mejillas cuando me vio aparecer por aquella polvorienta y desastrada oficina donde se dejada media vida cada día. A mi costó reconocerla unos interminables instantes, pero el fulgor de su rostro y una sonrisa inmensa, entre persuasiva y tímida, que me recibió sin dudarlo dos veces, delató su identidad. Era ella sin lugar a dudas. Me invitó a pasar a su despacho. Hubo pocas palabras y el cometido de mi visita ya era lo de menos. Nos quitamos la ropa el uno al otro sin pararnos a pensar ni un solo segundo en la temeridad del atrevimiento que estábamos a punto de protagonizar. No olvidaré jamás la blancura de su piel y el temblor infantil de su aliento mientras ambos gozábamos sobre la alfombra de su oficina, de nuestro rincón secreto.
Al final sólo nos quedó un beso. Un último e intenso beso. Para los dos. Solamente para nosotros. Ese momento fue nuestro regalo último y nuestra despedida. Tampoco miento si afirmo con rotundidad que ni tan siquiera nos preguntamos los nombres. Nos bastó con una mirada.
"Siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en medio del desierto o en medio de una gran ciudad.
ResponderEliminarY cuando estas personas se cruzan y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierde su importancia por completo, y sólo existe aquel momento y aquella certeza increíble de que todas las cosas bajo el sol fueron escritas por la misma Mano.
La Mano que despierta el Amor, y que hizo un alma gemela para cada persona que trabaja, descansa y busca tesoros bajo el sol. Porque sin esto no habría ningún sentido para los sueños de la raza humana."
El Alquimisma. Paulo Coelho
Enhorabuena por el post.
ResponderEliminarEnlaoscuridad...: Coelho no es mucho de mi agrado, me parece más bien un farsancente: el Alquimista me suena a copieteo de Las mil y una noches, pero como no lo puedo demostrar... Gracias por el comentario de todas maneras. Y tb tengo que reconocer que esta frase yo tb la tenía anotada en algún cuaderno medio olvidado...
ResponderEliminarRatón: gracias. A veces, en esta sociedad tan desligada de todo sentimiento, sólo nos queda encontrar personas que sientan con el corazón, que dejen sus complejos en casa, que sean valientes y se "atrevan" a dejarse llevar y disfrutar con los persona que tienen delante de sus narices.
Bueno, para gustos se hicieron los colores... tiene frases y estractos de libros que me hacen pensar.
ResponderEliminarComo este post, frases como la que tu has puesto: "..que sean valientes y se "atrevan" a dejarse llevar y disfrutar con las personas que tienen delante de sus narices..."
Ojala...
DELICATESSEN!!!!!
ResponderEliminarBESOSSSS
POR QUÉ LA GENTE INTENTA ESCONDER LO QUE SIENTE, HACIENDO CREER QUE SOMOS DE PIEDRA. ME NIEGO A NO SENTIR.
ResponderEliminarMUACKSSSSSSSS
Gracias por vuestras palabras.
ResponderEliminarComo veo que El Alquimista os ha impactado, sinceramente os quiero recomendar una historia diferente, pero de la que se podrían anotar miles de citas mucho mejores que las de Coehlo: "Historias de Amor y Oscuridad" de Amos Oz. La lectura se convierte en goce y las palabras en música, como notas de una partitura mágica, con Oz.
Baste el texto para que cada uno se imagine lo que quiera, demás detalles sobran Gotawitch.
texto = post
ResponderEliminarlibro = Amos OZ.