jueves, octubre 11, 2012

TEATRO. As the flames rose, we dance to the sirens, the sirens. "Una Lolita que susurra a los micrófonos".


”As the flames rose, we dance to the sirens, the sirens”.
 De Sleepwalk Collective. (España y Reino Unido)
Con: Iara Solano Arana.
Música de Esme Squalor.
Dirección: Samy Metcalfe.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.




Lenta y trabajosamente, las nuevas formas de lo que Hans-Thies Lemann ha denominado con acierto “teatro posdramático” se van abriendo paso hacia nuestros escenarios. No deja de ser un tanto, ¿cómo decirlo?, decepcionante, que la mayor parte de este trabajo de experimentación se lleve a cabo allende nuestras fronteras (aun con la participación de artistas españoles, como en este caso; lo cual demuestra, por cierto, la falta de iniciativa y el miedo al riesgo de innovar en el empresariado teatral); pese a ello, no podemos dejar de felicitarnos por la existencia de salas como el Corral alcalaíno que, con la exhibición de montajes como el que comentamos, permiten al espectador entrar en contacto con esas nuevas formas de la teatralidad a las que hago referencia y que se caracterizan por desplazar el énfasis -dicho sea de forma sumaria-, de la “representación” a la “realización” escénica.

Aunque no pueda hablarse de una performance “tout court” As the flames rose, we dance to the sirens, the sirens rompe de hecho la “ilusión dramática” y consigue implicar al público asistente en una experiencia sensorial sui géneris a lo largo de la cual el espectador encuentra numerosas ocasiones de sentirse coprotagonista partícipe de lo que está sucediendo en la escena, merced a la particular semiótica del gesto y del movimiento de la performer pero sobre todo, y ello es quizá lo más excepcional del espectáculo, a su dominio absoluto de la dicción y del fraseo; a una voz aterciopelada, de tonalidades cálidas y de ritmo atemperado que acaricia el oído de los espectadores imponiéndoles una forma de mirada -de escucha- que bascula entre la delectación extática y el voyeurismo.

Sentada recatadamente ante una copa de vino que degusta con avidez esta Lolita rubia (“irresistible”) de mirada candorosa y trémula emprende su particular ceremonial de seducción. Mientras divaga sobre la soledad y sobre la necesidad de amar su discurso recaba la atención sobre sí mismo, sobre su materialidad sonora, modulado por la línea microfónica y alterado, interrumpido una y otra vez por la glosa distanciadora o por el comentario irónico que rompen esa especie de encantamiento que se produce cuando alguien nos susurra al oído sus confidencias más íntimas. Y otro tanto cabe decir de la gestualidad y la corporalidad. Estrategias como la de explorar su interior con una microcámara de video y ofrecernos en directo imágenes de su cavidad bucofaríngea, o la de recorrer su cuerpo con el micro permitiéndonos escuchar distorsionado, desrrealizado, el ruido de sus fluidos corporales o el latido de su corazón, coadyuvan a dirigir la atención del espectador hacia el cuerpo de la performer, imponiéndose, frente al simulacro, la “presencia” de su ser físico, fenoménico; la de un cuerpo que llega incluso a ofrecerse literalemente al espectador (“puedes hacer conmigo lo que quieras; tienes un minuto para hacer con mi cuerpo lo que quieras”); un cuerpo objetivizado en su contraste con la proyección de unas imágenes de Greta Garbo; un cuerpo, en fin, vulnerable, expuesto al filo de una sierra de cirujano en la última escena -brillantísima- en la que Iara parodia el archiconocido truco de magia en el que una mujer es seccionada por su torso en dos mitades.

Sólo un reproche, si se me permite, a una muestra irreprochable, genuina, de arte en vivo, de emotiva experiencia poética compartida: la disposición de la sala que impone una distancia excesiva entre los espectadores y la performer.

Gordon Craig.

No hay comentarios: